Cuento sin título (pt. 3)

Después de ensayos infinitos en donde sintió a su corazón latir como el de un ratón por el miedo de alguna intrusión inesperada, después de haber elegido una disposición sobria, casi parca, y un arco dramático lineal, sin sobresaltos para su perfecta digestión mental, salió de la cocina, en donde ya todo se encontraba dispuesto. Su esposa y su hijo, como esperaba, estaban en el cuarto de ella revisando las fotografías viejas que él puso a su alcance. Sólo les dijo “acérquense” con el dedo y se fue caminando, confiado en que lo seguirían. Así lo hicieron.
Al verlo, ahí, vestido de negro y con un sombrero, a los dos se les escapó una risa nerviosa y empezaron a sudar. Sintieron la enorme necesidad de pedirle que se detuviera, pero recordaron el tiempo que no lo habían visto merodeando por la casa, cumpliendo con sus rutinas, y creyeron en un acto de gratitud, en un arranque de la vejez o una chispa creativa.
El hombre empezó.
Señaló una taza, le dirigió un par de gruñidos y luego algunas “palabras” incoherentes y visiblemente mal practicadas (nunca quiso hablar en voz alta durante los ensayos). Simulaba tomar un desayuno ligero. Sobre un plato vacío hizo los ademanes de untar Nutella mientras discutía aplicadamente con la figura de un alguien en una silla desocupada. Marcela y Raúl estaban consternados, pero absolutamente embelesados por la rareza del suceso; sólo eso los mantuvo ahí, venciendo la necesidad imperiosa de salir corriendo.
Sobre la marcha, los fonemas adquirieron solidez y articulación, y casi pudieron pasar como pertenecientes una lengua extranjera pero vieja. Se quitó el sombrero y se paró junto a una de las esquinas de la mesa y le dijo algo a ese alguien que, como lo indicó su mirada, ahora se había incorporado. Esperaba las contestaciones con un gesto aprobatorio, expectante. Así continuó hasta que la conversación tomó un tono que simulaba un acuerdo mutuo. Vino entonces un giro: los dos actores (así lo sintieron), volvieron su mirada hacia su público y, rompiendo las convenciones teatrales, hablaron con su ellos con la convicción declarada de esperar una respuesta. Ésta no tardó el llegar. No supieron bien si como un gesto de condescendencia o de complicidad basada en un tratamiento adecuado de la técnica, pero Marcela y Raúl contestaron, cada quien en su turno, intentando imitar con precisión ese lenguaje en donde predominaban las sílabas empezadas en eme y terminadas en te.
El hombre tenía contemplada esta resolución, pero no había ensayado nada para cuando se presentara. Se quedó mudo. Lo invadió el pánico escénico. Miró hacia un lado, hacia otro y sudó frío. Su diccionario mental empezó a disolverse entre los sinsentidos que su mente le dictaba. Ya no podía hablar con palabras reales, sino con esa lengua que había creado. Su familia, al notar su preocupación, siguió animándolo en su conversación que, al ser sustentada por una complicidad, casi adquiría matices funcionales para determinados sonidos. Esto le dio cierta confianza, y continuó.
Pasaron muchas horas hablando, y al final, ya podían decirse cosas tan complejas como “me la pasé ensayando toda la tarde” y “te entendemos muy bien, Juan Carlos, ¿cómo le hiciste?”. Más tarde, convencidos los tres de que este lenguaje nuevo estaba tan anclado a las necesidades primigenias, a los sonidos que debieron ser los primeros sonidos humanos y por tanto debían poder ser entendidos por cualquiera, salieron a la calle y empezaron a hablar con los transeúntes, quienes después de salir del sopor de enfrentarse a un desconocido que hablaba raro pero con una mirada inteligible, quedaban aún más sorprendidos al descubrir detrás signos claros, traducibles y hasta contestables. Fue una reacción en cadena: los nuevos hombres, que por fin habían recuperado lo que tantos milenios tuvieron perdido, salían satisfechos a repartir la lengua de reconciliación por el mundo.

Para ver las otras partes:
parte 1
parte 2

3 anotaciones motivantes:

Leo Ávila dijo...

ja!
y creo que el único que ha tenido paciencia para venirlo leyendo es el Beno. Y lo entiendo perfecto, son muchas letras para leerlo completo.

vanto y vanchi dijo...

...pues a mí me gustó...y sigo esperando más y mucho más.
...por cierto, yo, al igual que tú, exijo paciencia en mi más reciente post!

saludos!

beno dijo...

tarde pero seguro:

Oye, pero yabadabadú no empieza con eme ni termina con te!

/ahm

I'll be waiting for the last part