Cuanto sin título (pt. 2)

Para él, recordar ya no consistía en esa actividad más o menos azarosa durante la cual, una por una, las imágenes se van proyectando, casi amables y benévolas, en el fondo negro de la conciencia: ahora era muy dolorosa, porque su vida empezaba a erguirse paulatinamente como una masa informe, llena de impresiones vagas y erróneas. No parecía haber detrás una mente controladora que, como de costumbre, supervisara el proceso: sus pensamientos parecían querer saltarle encima todo el tiempo, con garras afiladas, con mandíbulas abiertas. Se sentía inútil, vacío. Un hombre ordinario no experimenta este sentimiento, se dijo a sí mismo. Un hombre ordinario, por representar uno de los filamentos que conforman el gran fiambre del mundo, vive contento y satisfecho, repetido y acompasado.
Todo empezó hacía algún tiempo, cuando comenzó a notar que ya no entendía por completo las conversaciones sostenidas por su esposa e hijo durante la sobremesa; sin embargo, él simplemente asumió la expectativa casi fingida de quien halla una rareza en lo cotidiano de su vida a sabiendas de que desaparecerá eventualmente. Pero no fue así. Las deformaciones del lenguaje se hicieron cada vez más evidentes. Llegó al punto de sentir que aquello que ese par utilizaba como su código comunicativo ya no era una lengua común, es más, ya ni siquiera le parecía una lengua. Había detrás una huella tan extraña, un registro tan distante, que apenas alcanzaba a entender cómo los dos podían soportarse mutuamente sin saltar encima del otro, porque era evidente que habían perdido los estribos. Pensó en una broma. La terminaría levantándose intempestivamente de la mesa, sin gestos ni condescendencias. Pero ellos, tranquilos, sin culpa alguna, permanecieron allí una, otra vez; acaso le miraran salir. ¿Se había perdido de algo recientemente? ¿Se volvía loco a partir de la nada? Volviendo sobre sus memorias, alcanzó a resentir los atisbos de esta condición inesperada. Una vez, en el jardín, a su hijo se le escapó una frase desconocida a la que su madre atendió con un gesto de aprobación. Y muchas veces se le habían pedido objetos de cuyo nombre no guardaba registro, pero que alguno de los dos, al mirar su impavidez, iba a recoger con diligencia y soltura del cajón preciso- y ahora que repasaba el evento, nunca alcanzó a memorizar la anatomía de alguno de esos instrumentos. Siguió sumergiéndose en sus reflexiones. Se quedó dormido varias veces y despertó otras tantas. Alisó las sábanas, pensó en cuál sería el nombre que ellos le darían, tan suaves, tan blancas, tan dadile. Pensó que en realidad un nombre, como no obedecía a una regla inseparable del objeto, podía modificarse al antojo sin violar una ley natural. Acaso a esa reflexión hubieran llegado sus parientes, ¿sin decírselo? ¿Y quebrar así el sistema de las conductas? Pero no practicarían un proyecto tan severo sin comentárselo siquiera. ¿Ya no lo querían? Y es que parecía tan sincronizada y clara la comunicación de ese par que se hubiera necesitado un ensayo de meses, años tal vez. ¿Qué hacer? Fijó su vista en el dibujito que hacía una mosca en el techo. Contó los azulejos del piso, uno por uno. Al final se detuvo en una idea que le pareció productiva y se incorporó cuando sintió la efervescencia de un plan apropiado.

1 anotaciones motivantes:

beno dijo...

lo que sigueeeee!!!!