¡Este hombre no está consciente de su existencia!, gritaron desde un lado de la sala.
Y aquel hombre, señalado por la multitud, sintió hervir una idea que yacía latente en su interior, como una simple intuición.
Pero ahora, esta experiencia democrática, la de tener tantas personas a su alrededor comprobando su no-conscicencia con ese señalamiento terrible de la mirada, y el gesto de las manos, hacía explícita su predicción: en efecto, él no existía.
Para existir tenía que ser consciente de sí mismo, porque sólo él podía comunicar a su propia conciencia que de verdad respiraba, amaba, comía, tenía erecciones y sueños. La sola sensación no bastaba si no podía guardarse un registro memorioso, un registro sensible en su interior. ¡Terrible!
No le quedó más remedio que reducirse a una partícula, que comenzó a errar en el infinito.
El bálsamo de Fierabrás. Ciencia real (y 2)
Hace 4 horas
2 anotaciones motivantes:
Por eso el mundo es tan solitario y vacío. Porque la mayoría son una bola de inconcientes
oh, que lindura...creo que ya me puse melancólica
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