Niño y sendero (parte I)

Con la máquina del tiempo, volvimos al 30,000 a. C. Una parte de mí esperaba que todo fuera tan simple como en el cine: que diera lo mismo esconderse tras un árbol o bajo la mesa para no crear realidades alternas; pero en un espacio temporal tan grande, con un número interminable de sucesivas generaciones, incluso el hecho de respirar tenía consecuencias dramáticas. Eludimos ciertas complicaciones filosóficas y físicas en la misión: estábamos trayendo desde el futuro una cantidad de materia (y, por tanto, energía) adicional a la existente: la de nuestros cuerpos, la de la nave e incluso la del aire dentro de ella; de modo que la suma de la materia y la energía total del universo, por primera vez desde su creación hacía billones de años, estaba siendo alterada. Honestamente, el hecho de que esto no produjera una paradoja destructora del cosmos fue tranquilizador pero decepcionante al mismo tiempo. Siempre había querido presenciar un cataclismo, porque lo consideraba la única forma conveniente de morir.
Por otro lado, el hecho de que nuestra sola presencia modificara el mundo como lo recordábamos estaba previsto desde el inicio del viaje. Nos introdujimos a la nave sabiendo que jamás recuperaríamos nuestro presente como era, que debíamos volver a forjarlo (por la fecha en la que nos encontrábamos, debíamos incluso fundar la primera ciudad); de modo que nos habíamos despedido definitivamente de parejas, familiares, amigos, vecinos y conocidos, lo cual fue sumamente doloroso. Para el mundo que se quedó tras nosotros fue como si algún evento hubiera borrado nuestros cuerpos (y sabíamos que, tristemente, los que se quedaban albergarían, como mecanismo de defensa, la posibilidad de encontrarnos alguna vez). Para nosotros, fue como si ellos hubieran formado parte de una ficción o un sueño y sólo podríamos acceder a su recuerdo en ensoñaciones o fantasías.
Sin embargo, a pesar de la terrible renuncia a nuestro porvenir, ésta no constituyó el mayor reto, pues lo más complejo fue hacer entender a los patrocinios y gobiernos que jamás podríamos ofrecerles una prueba del éxito o fracaso de la misión, salvo las ecuaciones, planos, gráficas, tablas y una ingente cantidad de teoría escrita que la sustentaba. Por eso las negociaciones tomaron tanto tiempo y fue necesario retrasar la salida en varias ocasiones. Durante ese tiempo de espera, soñé muchas veces que un niño me guiaba por un sendero con árboles (que sólo conocía por fotogramas) por el que, eventualmente, llegábamos a un lago. Yo intentaba nadar en él, súbita e irracionalmente (en nuestro tiempo, las cantidades de agua eran ínfimas como para que alguna vez yo hubiera podido practicar el nado), hasta que mi muerte era inminente y yo despertaba sobresaltado y sudoroso al lado de mi esposa.
Una vez instalados, comenzamos con la primera fase del proyecto. Buscaríamos grupos de nómadas a los cuales sustraeríamos los niños menores de un año. Iríamos concentrándolos en una reserva que habríamos construido para el primer mes de estancia en el lugar. Convertiríamos a esos niños niños en seres humanos complejos y educados, conscientes de sí mismos y con una moral elevada. Pero, sobre todo, los haríamos entrar en contacto con avances que no habrían de llegar sino hasta el siglo XX, con el objetivo de darle una oportunidad mayor de desarrollo a una civilización que se extinguiría en el siglo XXVI a causa de la actividad solar. Porque, a pesar de nuestro avance, no éramos capaces de controlar a gran escala la radiación mortal emitida por nuestra estrella y sólo un reducido grupo de seres humanos estaba siendo guarecido, lo que, en un plazo de un par de siglos, reducía las esperanzas de supervivencia de los seres humanos a cero.

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