Argumento del laurel

El pequeño Raneo se detenía a contar las hojas del laurel que caían en el jardín. Tantas y el árbol tan frondoso. No parecía que de veras hubieran pertenecido a alguna de sus ramas. Sin embargo, la causa más probable de que estuvieran así, en el suelo, tenía que ver con que hubieran perdido su resistencia, que el aire las hubiera arrancado o que hubieran sido vencidas por la travesura de un ave o una ardilla. En pocas palabras, a pesar de la incertidumbre, todo apuntaba a que no podían provenir de otro sitio, sino del árbol.
Una tarde, se dio a la tarea de revisar las ramas más bajas y buscar dónde faltaba una hoja, pero sin suerte (de todos modos no estaba muy seguro de lo que debía encontrar). Pensó que si alguien hubiera venido en la madrugada a aventar un montón de hojas y el árbol no hubiera dejado caer ninguna, él no habría podido notar la diferencia. De todos modos, yo he visto caer sólo una o dos, se dijo,… ¿alguien trae las otras?, ¿y si las hojas hubieran brotado del suelo?, ¿y si todos los días miraba las hojas imperecederas que nadie recogía?, ¿y si no había tales hojas pero él se las inventaba?, ¿el árbol trataba de engañarlos?… todas estas ideas extrañas le vinieron a la mente al mismo tiempo. Se quedó mudito un rato y contemplando la inmensidad del jardín. Poco después, hechizado por el constante ir y venir de sus manos jabonosas que se tallaban en el lavadero, decidió exponer sus teorías a su madre. Ella primero le respondió que lo que decía no tenía sentido y luego pidió agua de la pileta. Pero fue el rostro acongojado del niño el que la animó a hablar.
Si pudieras acceder a una de sus ramas altas, explicó, y permanecer ahí un buen rato, seguro verías desprenderse cada una de las hojas que están en el jardín, podrías subir incluso uno de los cuadernos que tienes y poner un palito cada vez que vieras que se despega una y termina en el suelo. Al final, las cuentas no te engañarían, verías tantas como palitos anotaste.
¿Y no podemos subir y ver, mamá?, preguntó Raneo.
No, es muy difícil, respondió la madre. Hay muchas cosas que hacer, mejores que vigilar el árbol todo el día. Además, ¿en la noche cómo le harías?
Raneo acarició la triunfal idea de que su madre tampoco estaba segura de lo que decía, pues seguramente nunca había permanecido cerca del árbol para mirar; sin embargo, también comprendió que su empresa terminaba allí y que no podría llegar a la verdad. En su mente infantil, supo que ésa era la manera en que se forjaban y permanecían la mayoría de los estatutos del universo, pues aceptar siempre era más sencillo que subir y ver.

2 anotaciones motivantes:

Pool DunkelBlau dijo...

Ferpecto, ahora sé qué es perder el tiempo jeje.

beno dijo...

Qué nice!! ^^ Pinches adultos, lo arruinan todo.