Argumento de Altamira

Raneo escuchó al maestro explicar lo primitivo de creer que un dibujo podía controlar el destino de los hombres. Miró atentamente las figuras de Altamira, se asombró de su antigüedad. Si su vocabulario infantil hubiera estado provisto de las palabras adecuadas, habría hablado de su emotividad, de su dinamismo, de su singularidad.
Se imaginó el asombro de los que contemplaban al artista, la confianza depositada en la sensibilidad de su trazo. La obra terminada equivalía a una realidad alternativa pero cierta; cada claro, cada línea y cada mancha le daban rostro al destino. Ese abandono de la propia responsabilidad, ese futuro que se prefiguraba y danzaba con el movimiento del fuego en las antorchas, provocaba al mismo tiempo una sensación inquietante y sedativa. Pensó también en una especie de adoración; hubiera quedado satisfecho con el término "oráculo". Los hombres, imaginó, se habrían reunido alrededor de la figura, alguno se habría acercado para tocarla, habrían acordado un mantra o incluso una oración.
Se quedó pensando en la imagen de uno de esos hombres que, con cara de preocupación, se aproximaba a la pintura para invocar su poder. En la tarde, después de la escuela, vio ese gesto repetido en un señor que se recargaba en una vitrina que guarecía una figura colorida y varios ramos de flores.

2 anotaciones motivantes:

beno dijo...

Ese gesto hago cuando me saco un moco.

Sybila dijo...

Leo, me gustó mucho. Me recordó mucho el verso de Borges, de ese poema "Otro poema de los dones"... donde habla del primer asombro, cuando el hombre vio el fuego...

Qué bonito!