Aventura sensual con Poe

Para Aldo, que me sugirió este ejercicio

¿Escribo para ti o te tomo como pretexto? Si partiera de la última conversación (diciendo esto instantáneamente te coloco en un contexto mental desde el cual podrás defenderte), seguramente empezaría a hacer observaciones triviales sobre alguna coincidencia o la forma en que tu cabello alborotado me hace creer en una ave de rapiña. ¿Sabías esto antes de que lo escribiera, como Daupin? ¿Sabes a dónde van mis manos antes de que te toquen? ¿Por eso me sugieres? Pero si no tomara en cuenta nada y te hablara como se le habla a un extraño, ¿qué debería decirte? Entre lo que te digo y lo que dejo de decir siempre queda una pausa, en la que tú entras, tal vez involuntariamente. Pero no se trata de un artilugio premeditato por mí. Esto pertenece a ese tipo de acuerdos que, a pesar de estar escritos sobre las mallas del aire y la imaginación, los seguimos religiosamente. Esto que hacemos es, entonces, un rito. ¿Y si no lo hiciéramos? ¿Y si no esa coincidencia, los dos enfilados hacia el mismo tomo, en el mismo estante? ¿Qué hubieras pensado? ¿Ves? Has construido todo un bloque de tiempo. ¿Ves? Has construido un entero universo. Y ahora te quedas callado. Tú. Sí. Que en la vigilia tienes tanto qué decirme, pero en el momento de eros te quedas mudo, y sólo sugieres, indicas, te quedas en el nivel deíctico. Pero debes saber que eso es mucho más estimulante. Este juego es más intenso porque siempre tiene algo escondido. Se puede fallar. Se puede no fallar y, curiosamente, es en ese momento cuando me siento más confundido porque dejo de gobernarme, porque me guías por completo.