Las alas del Quijote

-¿Quién es el Quijote?
El húmedo tacto de la te en mi paladar fue como accionar un botón, y la sensación de una cu distinta en mi garganta animó a mi cerebro para articular alguna respuesta.
-¿Quijote? Eso suena a bicho, no a gente, ¿no será más apropiado decir qué es el Quijote? O tal vez, ¿cuáles son los ámbitos naturales del Quijote? ¿Tiene alas un Quijote? ¿Cuál es el color de su esqueleto externo? A quien se le ocurrió tal desvarío, le faltaron los ingenios en la mente.
-¿Quién es el Quijote?, he preguntado. Sea sensato con sus opiniones. No intente salir por la tangente, señor Vázquez.
Pestañeé dos veces. De algún dulce modo había escapado del encierro cúbico que era este pequeño espacio y ahora me traían de vuelta como desde un tobogán. Era como aquella gota que es feliz hasta hacerse pizcas en el suelo. Todo se hizo más claro: mis compañeros y sus caras, el resplandor del pizarrón en el fondo y hasta la enrojecida nariz de mi maestro como una oferta a mis pupilas. Pude, incluso, distinguir el reloj sobre la puerta cerrada, la roja manecilla del segundero que se movía como arrastrándose, no como ésas que corren por pausas y parece que se dan topes todo el tiempo.
-No lo sabe, como siempre. Qué tristeza su caso, señor Vázquez.
Y un extraño sonido, como el de un intenso burbujeo o un cantar de millones de grillos, perturbó los pabellones de mis orejas, como a un gong chino. El maestro se alejó de mi butaca haciendo un largo no de la cabeza y todos salieron de la habitación con la habilidad de las hormigas en sus montículos. Me sentí culpable y salí también, sin despedirme de nadie, bien metido en mi mente y pensando en contentarlo si me esforzaba mucho y lograba traer un ejemplar de Quijote para la próxima clase.