Temible palabra. Algo con lo que no estoy acostumbrado a lidiar.
Para mí la vida posee dos ritmos paralelos, entre los cuales coordino mis actos: por un lado está la sorpresa, el descubrimiento -sería un emoticon con un par de signos exclamativos en vez de órganos oculares; el segundo tiene raíz en la competencia, el afán de superar y superarme, todo el tiempo, sin cesar. Pero ahora siento como si se me pidiera perderlos para adaptarme a los cánones. Tengo esa sensación incómoda de ser un extranjero en mi propia tierra. Y es que dentro de las letras, bajo el portal compuesto de dos arcos de medio punto que son las emes; bajo la severidad de las eles que se proyectan, paralelas, a su mundo tamaño carta; detrás de las os que son como múltiples ojos que también me leen, está guardado uno de esos sitios sagrados, en donde me siento pleno, dichoso y expectante, en donde no sólo encuentro, sino me encuentro. Me explicaré:
Realizando un análisis de un cuento escrito por uno de mis autores favoritos, Julio Cortázar, me topo, en primer lugar, con mi propio vacío. Tenía mucho qué decir, pero -siguiendo la ruta consejera de mi tutor académico, que no me permite hacer uso indiscriminado de mis recursos lingüísiticos para referirme a aquello que siento si no cuento con el sustento teórico de algún crítico (sus palabras exactas: ¿con base en el estudio de qué autor desarrollas el concepto de mundos posibles?)- no dispongo de alguna, al menos una, palabra para hacerlo. Esta circunstancia, en primer lugar, detuvo mi ritmo de superación porque me planteó un reto infranqueable para la cumplir puntualmente con la entrega del texto; ergo, me siento terriblemente frustrado ahora que esa parte de mí a la que le encanta experimentar tiene las manitas amputadas.
La situación, sin embargo, no termina de enfadarme en este nivel: me pregunto ahora mismo como me he preguntado tantas otras veces, si la labor creativa parte del supuesto de que la obra artística puede, entre una infinidad de posibilidades, elegir los caminos que la proyecten hacia la consecución de ese logro estético, ¿para qué utilizar un sistema de estudio que ofrece una variedad limitada de perspectivas de análisis? Y esta pregunta me hace ir un poco más allá, para decir, ¿qué tanto vale un hombre como para que dediquemos toda nuestra vida a memorizar y aprender a aplicar un montón de nomenclaturas y procedimientos que nos hagan mirar una obra -la obra, como tal , siempre estará por encima del hombre- del modo en que él la mira? ¿Por qué asumimos que podemos, a partir de esta forma de mirar, alcanzar un nivel más alto de comprensión? (porque si se trata, efectivamente, de una forma, será entonces rotunda, sólida y tendrá su propio confín; por tanto, también adquirirá las propiedades de estabilidad y parcialidad). Si creemos en la idea de que el goce, la llamarada que ilumina nuestra alma al momento de leer, no podría ser explicada con palabras ¿para qué tratar de rebajar al nivel del logos lo que siempre estará por encima? Y enfadado, casi ciego, me atrevo a decir ¿de qué vale un estudio literario? ¿Para crear lectores prejuiciosos? ¿Para crear críticos miopes? ¿Para crear escritores miedosos? ¿Para asalariar a algunos desamparados? El ocio, el ocio, el ocio!!!
¡Feliz 2025! Ciencias y artes
Hace 39 minutos
1 anotaciones motivantes:
Leo, Leo, Leo...
Alguna vez escribí una pregunta, algo como ¿Porqué o para qué estudiar literatura, si leer es una forma de vivir?
La academia exíge análisis, exige al mundo suspenderse en categorías accesibles al intelecto humano.
Los buenos investigadores pueden acercarse a los textos desde una perspectiva lingüística (uso de artículos, posesivos, construcciones, cambios morfológicos) y dar luz sobre algo misterioso en el texto: la estilística (literaria)es la cumbre de la explotación de las posibilidades y recursos de la lengua (funciones fáticas, pragmáticas, deícticas)Los estudiosos de la literatura se dedican a DESCRIBIR la lengua como fenómeno estético, para acercarse a su comprensión, con el arma que tienen: el logos, el intelecto.
Pero el arte es MISTERIO. Cuando entramos en el lenguaje de una obra, padecemos una EXPERIENCIA.
Que, según lo creo, no puede "medirse" pues entra en una "no dimensión".
Como lo veo, el investigador describe; el creador, (válgame la rebusnancia) CREA.
...y es casi como vomitar conejitos afelpados...
Un saludo!
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