Oye, Carlos...

Me acuerdo, no me acuerdo. Aquél era el segundo año de la carrera. Aún estudiaba de tiempo completo y me pasaba las tardes frente a la computadora con el (entonces) multitudinario Messenger de Hotmail. Para estalquear a las personas, se entraba a su Metroflog o a su Hi5 e incluso a su Myspace. El radio estaba inundado de Rihanna, Shakira, Sin bandera y Juanes (algo que no ha cambiado mucho). Se estrenaron Ratatouille, El asesinato de Jesse James, Gángster americano y la tercera entrega de Piratas del Caribe (y la quinta de Harry Potter). Ban ki-moon tomó el timón de la ONU, el vuelo 574 de Adam Air en Indonesia desapareció con 102 pasajeros, salió a la venta el maldecido Windows Vista, había sólo 200 000 artículos en español en Wikipedia, Soda Stereo iniciaba su gira "Me volverás a ver", y se eligieron las 7 maravillas del mundo moderno entre las que figuró Chichen-Itzá.
Yo, un lingüista entusiasta todavía, ensayaba dos formas de interaccionar con las personas: en una, mediante diez conversaciones simultáneas a partir de las 8 de la noche y hasta deshoras en el MSN; y en la otra, durante el contacto cara a cara habitual que se daba en los pasillos del Colegio de Lingüística y Literatura Hispánica (Abreviado COLLHI). En ambos mundos quería traer recursos que usaba en el otro: extrañaba los emoticonos de Messenger cuando platicaba alrededor de una taza de café, igual que extrañaba el brillo de la intelección en los ojos de mis interlocutores durante las conversaciones frente a la computadora.
Dentro de ese mundo maravilloso que se abría todas las noches en una computadora con acceso a internet, empezaron a configurarse los complejos mundos de las personas que se encontraban a mi alrededor, particularmente del grupo de amigos que teníamos un blog (Sin libro no Leo acaba de cumplir 9 años). Así conocí un universo que antes no habría podido concebir: cada persona se abría de una manera particular a través de lo que escribía y cada aspecto de su personalidad resultaba precioso y significativo: descubrí que había otros tipos raros como yo, que se esforzaban por matizar cada frase, por plantear retruécanos, por encontrar el adjetivo exacto. Pero fundamentalmente se configuró un perfil, el de Mariana.
Mariana fue como la Ariadna que me dio la herramienta para salir del laberinto (o al menos, me dio la confianza de saber que podía encontrar una salida). Fue por ella que conocí algunas deliciosidades musicales como Jill Tracy y Tori Amos, y otras deliciosidades terrenales como los fortalecidos brazos del mesero-diseñador Rafa, lo que fue casi consecuencia natural de que los papás de Mariana fueran dueños de dos bares gay.
La primera vez que besé a un chico fue en uno de sus recintos, también la primera vez que hice karaoke con un grupo de personas que no eran de mi familia, incluso llevé a mi primer novio a besuquearnos sobre las almohaditas que ponían en el piso, junto a mesitas chaparritas (este post ilustra esa rutina). Pero la historia que se tejió con Mariana resultó muy significativa: su intelecto, su singularidad y su voz (con un buqué de Daria) la convirtieron en la criatura más peculiar que hubieran contemplado mis ojos. Me enamoré platónicamente. Y se lo confesé. Y durante algún tiempo, se produjo la magia de la reciprocidad, sólo que a ella tampoco le hacía ninguna ilusión meterse bajo las sábanas conmigo.
Nuestro idilio se entretejió al margen de nuestras vidas habituales, en lindísmas conversaciones de Messenger, en donde ella iba abriendo puertas a las que yo prácticamente me abalanzaba. Eventualmente también nos hicimos inseparables en la escuela (queríamos hacer todas las tareas juntos y no despegarnos el uno del otro nunca). Era la persona que más gusto me daba ver en toda la Tierra, porque sabía que en cada convivencia salía renacido, fuerte y feliz. Sin embargo, esta magia duró acaso año y medio: de pasar casi todo el día conectados, no pasó mucho tiempo para que nos convirtiéramos en dos desconocidos, consecuencia de que yo decidiera regresar a vivir a casa de mis padres y de que ella dejara la escuela por encontrarla anodina. Abandoné este blog y muchos sueños por comprometerme con otros. No me arrepiento, porque en su lugar vinieron cosas geniales, pero siempre quedó la duda de qué hubiera pasado si...
No sé qué sea de Mariana ahora, porque decidió irse a Canadá, pero estoy seguro de que configuró un mundo complejo, singular y agradable a su alrededor, porque era lo mejor que sabía hacer.

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