Un hombre es todos los hombres

La sofisticación de la naturaleza siempre ha llevado a pensar que detrás de los objetos del mundo existe una conciencia regulatoria que le dio a cada uno su razón de ser. Es casi inevitable que si alguien analiza la longitud de una hoja, la textura de la piel de un reptil o la regeneración del oxígeno, no encuentre un indicio de inteligencia, de un plan absoluto y, desde luego, divino.
Cuando he dicho que leer a Borges me parece como revisar el cuaderno de notas de un dios, en lo que pienso es, precisamente, en esta conciencia regulatoria y meticulosa que está detrás de la misteriosa exactitud del mundo, probando sus consecuencias y sus debilidades, sus capacidades y sus faces.
Y el encanto de su terrible poder está, precisamente, en que aquello que leemos se encuentra en una etapa preparatoria, de ensayo, de posibilidad. Leo en Borges potencialidades, insinuaciones, indicios. Es el joven dios que nos fuerza a ser los testigos del entramado que dictará en su madurez.
Un ejemplo concreto lo constituye Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Nuestro autor juega en este cuento (uno de los más largos que escribió) con la idea de un mundo, descrito en las páginas del tomo de una enciclopedia apócrifa, en el que el idealismo berkeliano es congénito, y las consecuencias singulares que este hecho traería para la concepción de la realidad de sus pobladores, lo cual, dicho sea de paso, se hace desde la ironía (recurso que puede verse en cuentos semejantes como La Biblioteca de Babel).

"La percepción de una humareda en el horizonte y después del campo incendiado y después del cigarro a medio apagar que produjo la quemazón es considerada un ejemplo de asociación de ideas."

Cuando leí este cuento por primera vez (hace por lo menos tres años) no conocía a Berkeley ni a Hume (ahora sé que sus nombres pertenecieron a personas de carne). En ese momento esta ignorancia me permitió enfocar mi atención hacia otro aspecto del cuento: su capacidad de preveer los argumentos e implicaciones que pueden derivarse de su tesis (de los cuales a veces suele burlarse también), como -de nuevo como un dios- si se tratara de trazar, de forma irremisible, el camino que seguirían sus creaciones.
La corporeidad de un mundo con tantas previsiones intelectuales, permite que la verosimilitud (que, paradójicamente, él mismo se encarga de destruir a partir de sus ironías) halle sus cimientos en ese lugar ideal que se construye frente a nosotros, con una congruencia casi tan tremenda como insólita. Una vez que ha aniquilado nuestra esperanza de encontrar rasgos del mundo real, es decir, una vez que nos ha anunciado que va a tomarnos el pelo, construye frente a nosotros un monumento solidificado por una congruencia interna que él mismo pone a prueba a través de la confrontación de tesis entre los personajes o situaciones. Sirva de ejemplo, la historia de las monedas y las conjeturas que distintos grupos obtuvieron de ella:
"Los defensores del sentido común se limitaron, al principio, a negar la veracidad de la anécdota. Repitieron que era una falacia verbal, basada en el empleo temerario de dos voces neológicas, no autorizadas por el uso y ajenas a todo pensamiento severo: los verbos encontrar y perder, que comportan una petición de principio, porque presuponen la identidad de las nueve primeras monedas y de las últimas. Recordaron que todo sustantivo (hombre, moneda, jueves, miércoles, lluvia) sólo tiene un valor metafórico. Denunciaron la pérfida circunstancia algo herrumbradas por la lluvia del miércoles, que presupone lo que se trata de demostrar: la persistencia de las cuatro monedas, entre el jueves y el martes. Explicaron que una cosa es igualdad y otra identidad y formularon una especie de reductio ad absurdum, o sea el caso hipotético de nueve hombres que en nueve sucesivas noches padecen un vivo dolor. ¿No sería ridículo -interrogaron- pretender que ese dolor es el mismo?"

Curiosamente, el procedimiento empleado por el autor para consolidad este mundo paródico es, en contraste con el idealismo, un continuo flujo de sustantivos, que terminan por dar sustancia a una obra maestra (en varios sentidos).

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