Argumento de la pluma

Raneo podía sentir sobre la palma de su mano el levísimo peso de la pluma. Contemplaba con incredulidad la crispación de los infinitos pelos que la formaban, tan frágiles que podían pasar por ensoñaciones. Era perfecta para el experimento, porque su fragilidad la acercaba a lo incorpóreo: era un objeto en el linde entre lo existente y lo imaginario. Con su poder mental haría levitar esa pluma para depositarla en el suelo.
Quería intentarlo de ese modo, con algo que, justo en el momento en que él se concentrara, pudiera ser impulsado por el aire, pero no fuera posible saber la diferencia. Quería intentarlo con un objeto tan sutil que no resultara tan difícil creer que había sido movido con el puro pensamiento. El primer intento tenía que ser una experiencia positiva, constructiva, no frustrante. Y fue así.
La pluma en el suelo se convirtió en una evidencia incontrovertible de la acción de una fuerza anónima. Entonces Raneo pudo acariciar la delicia de la disyuntiva entre lo maravilloso y lo ordinario, que podía resolverse con el uso de la voluntad.

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