Me la cambiaste, José

Leo, es decir, le doy a dos versos
de Job mi voz interior,
la que nadie podrá escuchar nunca.


José Emilio Pacheco

Normalmente nos enfrentamos a los textos literarios con una convicción particular: una parte de uno mismo está predispuesta a la elaboración (o reelaboración, en palabras más precisas). Ante ellos, de antemano se sabe que no todo puede tomarse al pie de la letra; que pueden violarse las reglas de lo posible; que el propósito comunicativo puede esconderse intencionalmente bajo la retórica, entre otras cosas; es decir, uno ajusta su ángulo focal y soslaya las lentes receptoras realistas y cotidianas, a cambio de otras más subjetivas, donde interviene la propia imaginación, que le da sentido a lo que capta: el texto está incompleto sin la participación activa de quien lo lee. Pero ¿qué ocurre cuando el texto de veras cambia, cuando el poeta, envestido con su autoridad, se permite alterar (literalmente) el contenido lingüístico de su creación y uno, ingenuo lector, toma el poema por segunda vez, en una edición posterior, pero no toma el mismo poema? Porque (ya no con esa idea del río en donde uno no puede bañarse dos veces) no son las mismas palabras las que se leen, ¿qué ocurre si no se ha cambiado el texto por mano de un “lector cualquiera”, sino por la de un “autor”? ¿Esto confirma la presencia transformadora del ejercicio de la crítica en la elaboración, pues los cambios se derivan un procedimiento sistemático, motivado casi por una regla? ¿En los cambios hechos por el autor puedo encontrar pistas sobre su poética, su canon estético? ¿Qué ocurre si yo no tenía intención de descubrir eso, esa evidencia necesaria?
Primero, pensar directamente en esa transformación. Mi poema, De algún tiempo a esta parte, de José Emilio Pacheco, sólo conserva intacto el título: publicado por primera vez en 1963, la versión de 1988 que tengo en mis manos aparece mucho más condensada: el motivo principal del poema continúa haciendo llaga en la pérdida (en eso que no sabemos con qué hacer prevalecer, en palabras borgianas): desde perspectivas y momentos distintos, un hombre (que hace memoria de sus días) cae en la cuenta de que se siente “extraño y solo” (Elementos Pacheco 24). La estructuración no lineal del tiempo (dividida en cinco secciones) sigue intacta. En la versión de 1988 ya no asistimos a donde se ha de expiar la condena del personaje (idea con la que se critica la adherencia a un sistema mecanicista): “los papeles que sobrenadan en la oficina, las sonrisas que los otros te escupen, la esperanza, el recuerdo ... y la palabra: tu enemiga, tu muerte, tus raíces” (Poesía Paz 48); tampoco nos enteramos del vello en la panza de los extraños que fueron a visitar el castillo de arena que el personaje construyó en su niñez (cuyo sentido vale como una advertencia de que se había perdido la motivación desde ese momento, o quizás nunca se tuvo), y no sabemos que en ese último día, donde será pronunciado el nombre de ella, de “aquella que perdiste para siempre” (Elementos Pacheco 23), no habrá “infierno, tiempo ni mañana” (Poesía Paz 48); en resumen, queda evidenciada una poda sistemática de elementos descriptivos y supresión de frases adjetivas, que declaran un intento de universalidad y contundencia.
Aquí me aventuro: estimamos el texto literario en tanto esté más lleno de significados (simultáneos o no) y lo decimos cotidianamente: este texto me encanta, me dice tantas cosas, lo he leído una y otra vez, siempre me comunica algo nuevo. Y aunque hay quien afirme que no se puede nombrar, así llana y puramente, pues ya nombrar es describir; es evidente que un adjetivo siempre restringirá una palabra, la hará mucho más singular. Un sintagma desprovisto de calificaciones es una oferta mucho más generosa para la recreación, para la elaboración con la que se satisfará el lector. La brevedad y concisión deben premiarse, el mismo Pacheco lo dicta indirectamente: “La poesía es la forma más exacta, concentrada y económica de decir las cosas. Así, algunos de los mejores poemas de la humanidad, los epigramas griegos y los haikús japoneses, caben perfectamente, como si estuvieran hechos para ellos en un correo electrónico” (Ovidio Pacheco 29). Y de aquí se desprendería algo mayor: como que el ejercicio de la crítica (al menos en un nivel precario) es algo inherente a la lectura. En directo, sin una meditación aguzada y con declarado ánimo de fisgón con formación literaria, agradezco una frase como ésta: “Aquí está como un rey derrotado que observa desde el torno la dispersión de sus vasallos” (Elementos Pacheco 23), mucho más que la que fue escindida: “heraldo del día” (Poesía Paz 47); ambas funcionan para sol, pero la segunda es una metáfora mucho menos sugestiva, me hace pensar mucho menos y la desprecio un poco más. Por contundencia, también me parece más efectiva “Y el día futuro, una miseria que te encuentra a solas con tus pobres palabras” (Elementos Pacheco 24) que “Y el día futuro, una miseria que te encuentra solo: inventando y puliendo tus palabras” (Poesía Paz 49). Pero no es por un tipo de condicionamiento especial: no me desprendo por completo de los cánones conocidos, siempre estaré juzgando al texto al menos en ese nivel inicial.
Al final, reelaboración múltiple parecen sustantivo y adjetivo apropiados para lo que está sucediendo: esta versión condensada que ahora leo viene de un poema anterior más amplio; a mi nuevo texto lo alimenta un epígrafe de Borges, (lo vemos justo debajo, a la izquierda, del título); y ahora yo acabo de usarlo como punto de partida para hacer mi propia elaboración. No queda duda, el texto nos reinventa, y nosotros siempre estamos inventando a partir de textos. Una idea final no deja de preocuparme: con suerte y un ánimo auténtico de recreación, alguien que haya leído en inverso orden cronológico los poemas, pudo haber dado, como producto de su propia elaboración, con las palabras escindidas (hecho que pudo verificar más tarde o no)… pensar en eso me estremece.


Fuentes citadas

Pacheco, José Emilio. Elementos de la noche. México: Era, 1988.
Pacheco, José Emilio. Ovidio en el ipod. Letras libres. (Enero 2008)
Paz, Octavio, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco, Homero Aridjis. Poesía en Movimiento. México: Siglo XXI, 1995.

4 anotaciones motivantes:

vanto y vanchi dijo...

(aplausos)

beno dijo...

por qué posteas tu tarea??

a mí no me entretienen esos análisis U_U

Leo Ávila dijo...

Vanto: muy agradecido, muy agradecido.
Beno: me cachaste! :)

Esto que estás leyendo ya no soy yo. dijo...

este post me recordó a "Piere Menard, autor del Quijote"