Travesía

Desde luego que era por el riesgo. Y, como todos, ya se había preguntado lo que pasaría si no lo encontraba en dosis adecuada. ¿Si alguna vez no funcionaba? ¿Y si de pronto no hallaba modo de satisfacerse, si a estas alturas ya le costaba trabajo? El hecho de que lo sorprendieran echando un vistazo en angelitas.com había servido hasta ahora como estímulo suficiente, pero poco a poco, con los sucesivos logros, ningún indicio de ser sorprendido alguna vez, y el hecho de que todos sus compañeros de oficina consumaran el ritual en sus cubículos cerrados...
Lo peor: siempre había vivido inmerso en la moral de la clase media: decorosa, monótona, aburrida; realmente no tendría valor de ir más allá. Una vez le preguntó a ella si se atrevería en un elevador, lo único que obtuvo por respuesta fue: 'Estás viejo para niñerías, hace veinte años...'.
Hoy en la mañana hizo acopio de agallas y, como era consecuencia natural, la cosa derivó en estupidez. Salido de la bañera, con la toalla sobre las partes pudiendas, ya no alcanzó al vecino que vino a tocar la puerta. Y ahí, parado en el zaguán de su casa, del que alguna vez había salido sin camisa (nunca con otra prenda menos), decidió probar una dosis extra de excitación y simplemente tomó la punta de la tela que sotenían milagrosamente sus asentaderas aplanadas y la extendió como una bandera que se iza para que el aire la haga ondear.
Pero no tuvo testigos, y se dio cuenta de esto hasta que abrió los ojos (pues se sintió capaz de sacar algo de su valor escondido siempre y cuando no mirara el pecado). El hecho lo frustró tanto que, ya sin pensar, decidió avanzar por la acera hasta llegar a la avenida en la esquina con la toalla sobre los hombros.
Una niña, salida de la nada, alcanzó a sacarle una foto con el celular, que dentro de diez minutos aparecerá en la red con una leyenda simple, barata, inocente: 'Mi abuelo, el lunático'.