Él

Estás del otro lado de la pantalla, leyendo que me gustas. Eso he escrito en el primer nivel del mensaje: el que está cifrado en los 27 caracteres de la lengua española. Pero los otros niveles a los que te lleve ese texto no puedo conocerlos, tan sólo intuirlos. El mensaje que te envié estaba encaminado, pero luego te dejé el timón para que lo llevaras a puerto, lo estrellaras contra un iceberg o te ahogaras en él (algunas alternativas más plausibles que las otras).
Probablemente mi intención más realista sea que te haga distraiga dos minutos. Que centres tu mente en él un par de minutos, y que sonrías. Pero probablemente no logro eso. A lo mejor la pesadez del día te hace no querer digerirlo y mejor pasar a otro asunto más ordinario. Entendería. A lo mejor (y aquí me cimbro) te parece totalmente inoportuno después de tan poquitas citas. A lo mejor te asusta. A lo mejor te enternece. Le arrojamos "me gustas" y "te quieros" a las personas sin imaginar la carga que les estamos trasladando. Y esperamos recelosos, como si hubiéramos arrojado una piedra a un pozo y deseáramos oír el clac contra las paredes o el agua. Si no ocurriera, ingresaríamos al territorio de la fantasía. Seríamos una Alicia en potencia. Y en el encabalgamiento carroliano que eso conlleva, estaríamos desprovistos de la lógica más elemental. Nos parecerían razonables los desplantes de la reina de corazones, que intuye desacatos y revueltas en cada acción y omisión; nos entregaríamos a los seductores retruécanos de Dumpty, que plantean realidades operativas pero inusitadas; o correríamos como el conejo, pensando que el solo hecho de imprimir celeridad a nuestra carrera implica un avance.
No lo sabré con certeza. Nunca. Ni siquiera si me lo relataras. Porque justamente las raíces de relato y relación son las mismas: sugieren aquello que se acerca o se parece, pero nunca lo que es.
Entonces mi conciencia queda anclada a ese esperar (y a doscientos más que he ido tirando al mar de mi vida). Por eso el avance de mi nave se hace más lento y trabajoso cada vez. Creo que ahí está el germen de la angustia que nos petrifica todos los días, en lo irresoluto, en los miles de barcos cuyo timón cedemos a otros, pero de los que queremos seguir siendo capitanes.
Creo que todos debemos tener el desenfado de Cortés y quemar las naves.

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